miércoles, 6 de mayo de 2015

Ruinas de color de rosa

Hablemos de las apariencias. Las apariencias engañan más que un día nublado. Ya lo dice mi abuela. Así que no nos confundamos. Un alto porcentaje del personal que cotilleamos en las redes sociales, miente. Mienten más que hablan. Lo del aparentar sin mirar atrás es una moda, nada pasajera, que se instaló en este país fantasmón hace años. Se instaló para quedarse. Hambre de arrogancia y codicia, es lo que he pensado esta mañana al escuchar la conversación que me ha acompañado a mí y a mi café. Los cafés matutinos son tan reveladores…

Primer sorbito de cafeína: que si mengano se va a casar (cuatrocientos invitados, enlace de pamela y puro habano gran reserva). Segundo sorbito: que si la hija de fulano de tal se ha comprado un coche último modelo, creo que te da los buenos días, al más puro estilo coche fantástico. Tercer sorbito: que si estos han alquilado un apartamento en la Cochinchina, junto al mar y en un complejo de lujo. Qué bonito. No quiero saber más que tendré que pedir otro café y la cafeína se me va a subir a la cabeza.

Me quedo muerta, porque los conozco y sé que todos bailan al son de los números rojos. Pienso y observo como el cursor parpadea. Reflexiono sobre el tema. Doblo el gesto. Por más que lo intento, no lo entiendo. Aparentar. Con lo agotador que debe de ser… Intuyo que son personas que no aceptan la felicidad con fisuras y sin estatus reconocido. No aceptan que la noria haya girado, que el aire que respiran no llene sus pulmones de opulencia. Vaya, ni quieren aceptarlo ni quieren bajarse de un carro que únicamente pueden permitirse en sueños.



Imagino que lo más enrevesado para ellos es potenciar una imagen que ya no existe, luchar contra los elementos y suplicar a bancos y familiares unos cuantos ceros que valdrán la foto de rigor, así como una decena de comentarios que destilarán admiración y envidias. Esos que les harán olvidar por un rato que el rey Midas desapareció del ruedo al compás de la jarana. Hay caretas que se pegan a la piel y disfraces que se convierten en uniformes. Actúan, puro teatro, sin llegar a percatarse que solo ellos se alimentan por gotero de sus ruinas de color de rosa. 


El tiempo me ha enseñado que la vida da tantas vueltas como esquinas hay en mi barrio. Así que si la tarde da para un paquete de pipas y un paseo en bici (por decir algo) son mis pipas y mi bici y mi libertad de ser quien soy sin padecer ahogos por el qué dirán. Eso vale más que un cuestionable apartamento en Hawaii. Esto es como cuando ves las imágenes de parejas felicísimas en televisión o en las redes sociales y a los tres días descubres que se han separado. Uy, pues parecían felices. Parecían, sí… pero en este cuento no todos comen perdices.

 

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