viernes, 15 de mayo de 2015

Porque sí

¿Por qué vas? ¿Por qué vienes? ¿Por qué ese color? ¿Por qué cuando cogemos una caja de medicamentos, por muchas vueltas que le demos, siempre la abrimos por el lado que no es y aparece el prospecto doblado? ¿Por qué sí? ¿Por qué no? ¿Por qué cuando compré el piso no me dieron la canica que tienen los demás vecinos, esa que echan a rodar a partir de las doce de la noche? Juro que mis vecinos tienen esa dichosa canica saltarina…

Lo cuestionamos prácticamente todo. Lo hacemos desde que descubrimos (cuando cumplimos tres o cuatro años) que detrás de cada acción, gesto o palabra se esconde un porqué que lo cambiará todo o nada. Pregunta sencilla, corta y mágica. La etapa del porqué de los niños me fascina, en ese instante de descubrimiento nacen las dudas, la necesidad de saber y una curiosidad maquiavélica que nos perseguirá siempre. Lo que me incomoda es que alarguemos la fase de por vida. Sobre todo me incomodan los porqués de las entrevistas de trabajo y de las primeras citas.

Me confunden. En el primer caso, ya no sé si decir que soy licenciada o inventarme que dejé los estudios a los dieciséis porque prefería bajar al parque a fumar canutos. Hace bastantes meses me llamaron para una entrevista, 1.200 candidatas para un puesto de dependienta. Acudí a la cita. El selecto francotirador empezó a leer el curriculum. Me recordó cada uno de los trabajos que he desempeñado durante diez años. No conseguí adivinar la finalidad, conozco mi vida.
—¿Por qué quieres ser dependienta?
Por qué… Recé para que no se me torciera el gesto. Soy demasiado expresiva y eso me desarma. Tocaba mentir, yo lo sabía y él también. Así que le dije que me gustaba ser dependienta, es más, le dije que me encantaba. Me pone trabajar festivos, interactuar con la gente y sonreír aunque quiera aniquilar al personal. Me gusta. ¿Por qué te gusta esta marca? (¿A mí?). ¿Por qué crees que las mujeres compran esta marca? ¿Por qué crees que la marca transmite seguridad? Y así hasta el infinito, disparó una retahíla de interrogantes de lo más coherentes.



Me confunden. En el segundo caso, las citas… Ya no sé si tengo una cita o una entrevista de trabajo. A veces, da la sensación de que estás optando a algún tipo de puesto, seguramente mal remunerado. Los porqués llegan antes que el vino y las dudas antes que el postre. He sido la protagonista de citas más duras que el último examen de la carrera. Una presión, un agobio. ¿Quieres tener hijos? ¿Por qué? ¿No quieres? ¿Por qué? ¿Por qué lo dejaste con tu ex? ¿Por qué hemos venido aquí? ¿Por qué lees ese libro? ¿Por qué fumas?

La vida está llena de porqués martirizantes. Algunos son necesarios y otros incomprensibles; estorban, despistan. Algunos te invitan a mentir para conseguir un objetivo, otros te alejan de la meta y te hacen dar media vuelta. Que te pregunten demasiado puede llegar a ser contraproducente, porque quizás te entren unas ganas locas de confesarle al entrevistador lo que realmente piensas sobre su marca y esa seguridad tonta que intentan vender. Y porque quizás puede que te entren unas ganas locas de decirle a tu cita: hasta otra, yo no quería preguntas, quería que me besarás, porque sí y punto.

P.D. 1. No conseguí el trabajo de dependienta de marca de superlujo. No lo entiendo (me encojo de hombros).
P.D. 2. Volvimos a vernos, pero no recuperamos en septiembre. Preguntaba demasiado.


 

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