domingo, 21 de junio de 2015

Joder, lo que hago es muy serio

Me hace "gracia" cuando mi madre me enfoca con mirada de preocupación elevada a la máxima potencia y me dice que cuándo voy a buscar un trabajo serio, o en su defecto, que cuándo voy a buscar un trabajo de verdad. Serio y de verdad, de verdad y serio. Repito las palabras que a ella tanto le gustan; las mareo como si mi cabeza fuera una noria, las mastico sin hambre, las pienso hasta pulirlas. Y el resultado va a ser este artículo, porque joder, lo que yo hago es muy serio y tan de verdad que asusta...

Porque hay que tenerlos muy grandes para plantarse delante de un folio en blanco y garabatearlo con letras que salen de tu alma, con miedos que bullen en la punta de tus dedos, enredados en las noches y en pasados que regresan cada vez que se teclea en el ordenador. Escribir es muy serio, señores, así lo digo. Hay que tener valor, valor y ganas para exponerte a un público que puede ser benévolo o cruel. Para desnudarte sin miramientos mientras todos te miran, para que te vean tal y como eres, sin medias tintas ni dobleces, para que vean y analicen tus demonios y tus sueños y tus sombras y carencias.

Quizás crean que es algo bohemio, de segunda regional, o una soberana gilipollez. Pues no, están equivocados, estás equivocada, mamá. Escribir es muy serio, señores, es un trabajo tan serio que no todo el mundo puede hacerlo, que no todos se atreverían a hacer. Provocamos, enfadamos, emocionamos a través de nuestras historias, las que dejan de ser nuestras cuando ponemos el punto final y vuelan desde nuestra añoranza y miedo. Joder, ¿puede haber algo más de verdad? Y sí, corremos riesgos, corremos en la cuerda floja; puede que nos lapiden con comentarios hirientes o puede que nos aplaudan hasta romperse las manos, y en el fondo es lo que menos importa, porque escribir es una pasión que desarrollamos sin apego al resultado, a lo que viene después del después, al qué dirán.



Quizás solo me entienden las personas que, en su generosidad suprema y miedo atroz, escriben, las que escriben por el placer de escribir, de sentir, de vivir y morir miles de veces. Hay que tenerlos muy grandes para querer vivir y morir miles de veces una misma noche. Las que lloran cuando se descubren y se enfadan cuando no encuentran la frase, esa frase que a veces no llega, pero que cuando llega te inunda de éxtasis y te eriza el vello.

Porque yo sé que cuando ella, mi madre, me dice que busque un trabajo serio y de verdad, no entiende que soy una privilegiada al sentir todo lo que siento cuando escribo, al tener una pasión que me tira de la cama cada mañana. Porque yo sé que cuando ella me lo dice, lo hace para que no muera de hambre, para que el mundo de las letras no me engulla, para que mis sueños no se rompan en pedazos. Lo que ella no sabe, es que el día que me regaló aquella máquina de escribir con siete años, perdió la batalla y la guerra. Lo que ella no sabe es que aquel día que la vi leer mi novela, cuando en el capítulo nueve se le cayeron las lágrimas y me miró sin hablar, entendí que ya podía morir tranquila, que prefiero morir de hambre, que elijo el placer de hacer sentir. Joder, ¿puede haber algo más de verdad?

3 comentarios:

  1. Wow! Me he quedado sin palabras! Te entiendo y hago mías tus palabras! Gracias por compartirlas, por compartirte! Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Wow! Me he quedado sin palabras! Te entiendo y hago mías tus palabras! Gracias por compartirlas, por compartirte! Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Ángela! Un placer que te hayas pasado por aquí ;) Saludos!

      Eliminar