domingo, 7 de junio de 2015

Desaprendiendo

El otro día escribí un artículo sobre aprender, crecer, sobre caídas necesarias y portazos que dicen adiós. Pues llega un punto en la vida en el que lo sabes casi todo y empiezas a desaprender. Una cuenta regresiva, un reloj de arena al que el tiempo le ha dado la vuelta. Lo veo cuando la miro y ella mira por la ventana y desafía cara a cara a los recuerdos. Porque a veces no recuerda qué hizo ayer, pero sí el camino que recorrió cincuenta años atrás...

Desaprende a la misma velocidad que un niño aprende a leer. Olvida palabras que acaba inventando para hacerse entender, disfraza historias que yo acabo desvistiendo para vestir de realidad. Se ríe de sus torpezas y se muerde el labio y las dudas mientras susurra que antes ella era lista, la primera de su clase. Y yo le digo que por supuesto, que no lo dudo. Desaprende y escucha poco; lo que ella quiere, lo que le conviene, lo que le interesa. Y después de todo ya no le escandaliza nada. Siente curiosidad por lo que hay dentro de mi ordenador y fuera de su mundo.

Desaprende y todos sus pasos son logros. Y le duelen los años y a veces la vida y a veces el tiempo. Desaprende y le cuesta hilvanar algunos acontecimientos, ordenar las vivencias que guarda en cajas de latón, en libros amarillos que me ha prohibido tirar cuando se vaya. Desaprende, y tan pronto me cambia el nombre como me saca los colores. Y me mira y grita en silencio sus palabras dormidas. Y me mira y me da la mano cuando tiene miedo, cuando anda y escora como en un barco en alta mar. 



Desaprende y a veces confunde los ceros y las horas y los días, pero siempre sabe cuando va a llover, puede oler la lluvia. Y a veces no se aclara con la rutina y me pide paciencia y clemencia, porque yo soy una joven nerviosa e inexperta, y ella una abuela que ha empezado a liar el hijo rojo de la vida. Porque yo aprendo y ella desaprende. Y me pide que sonría pase lo que pase, y que no llore que yo baile, y me repite sin cesar que en esta vida hay muchas vidas.

Desaprende y las noches son tan eternas como su mirada. Desaprende y a veces parece que le dan cuerda y a veces parece que se apaga como un atardecer dorado. Desaprende y aun así sigue enseñándome, sigue haciéndome reír y llorar cuando me cuenta sus secretos, sigue llenándome los días de abrazos. Desaprende y aun así me adivina cuando me ve, cuando en silencio nos miramos y sobran todas las palabras que ya nos hemos dicho y las que nunca nos diremos.

Mi chica. No me faltes nunca.

P.D. A todos los que tenéis abuelos que están desaprendiendo, queredlos, solo eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario