lunes, 10 de agosto de 2015

El final es el principio

"¿Qué quieres que te traiga de Rusia?" Me preguntó mi padre hace unas semanas. Iba a decirle que caviar del bueno o un ruso guapetón y pastoso que le diera alegría a mi cuerpo Macarena, pero al final le pedí una Matrioska. Y él, que es muy obediente, y cada vez que se va a conocer otros mundos me trae lo que le pido, pues vino con mi Matrioska envuelta. Más bonita que un sol. Made in Rusia con amor. 

"¿Y tú para qué quieres eso?". Me preguntó mi madre cuando me vio aparecer con la muñeca de madera. Lo hubiera dicho de cualquier cosa. Porque me gusta, le contesté. Sin más. Me gusta la leyenda y me gusta el paralelismo que hago de la Matrioska y el amor. Lo importante siempre está en el interior, pero llegar al interior cuesta. Estamos hechos de muchas versiones de nosotros mismos. Dentro encerramos miedos, miserias, alegrías y recuerdos. Y ay del valiente que intenta llegar hasta el final del juego.

-Abro la primera muñeca. Dentro aparece otra. Recuerdo a "D". Sonrío porque éramos demasiado jóvenes. Él quiso llegar a la última página sin leer la novela. Sin leer entre líneas. Sin picar piedra. Sin derribar barreras. Y creo que de algún modo nos quisimos porque nos hicimos daño. Nunca llegó a conocerme. Nunca llegó a descifrarme. Nunca llegó a la última Matrioska.

-Abro la segunda muñeca. Dentro aparece otra. Recuerdo a "M". No sonrío porque abandonó el juego. Quiso querer y no supo. Me dejó con la sensación de un pudo ser y no fue. Iba bien encaminado. Creo que hubiera desnudado mis temores sin demasiada dificultad, creo que hubiéramos podido volar y además hubiera sido bonito. Alcanzó el segundo round, pero nunca llegó a la última Matrioska. 



-Abro la tercera muñeca. Dentro aparece otra. Recuerdo a "L". Jugaba con los tiempos y la velocidad a su antojo. Se marchaba para volver e intentar descifrarme. Yo le dejaba entrar para poder echarle. Y así nos distrajimos durante un tiempo. Jugando a olvidarnos y a querernos. Un día escondí la Matrioska. Nos recordamos a ratos.

-Abro la cuarta muñeca. Dentro aparece otra. Recuerdo a "J". Creo que en el fondo me consiguió. Me miraba y me intuía. Me leía y temblaba. Me abrazaba sin decir nada. Quiso observar y escuchar. A veces miro por la ventana y le echo de menos.

-Cojo la quinta muñeca y la envuelvo con mi mano. Recuerdo a "JP". Quiso querer y me quiso. Con una calma envidiable fue abriendo cada una de las muñecas. Fue desvistiendo mis complejos y entendiendo mis locuras. Llegó a la última Matrioska, a mis secretos más profundos. La última noche me dijo: "Si no ven lo que yo veo, no pierdas el tiempo con ellos". Es al que más he querido. Le hago caso.

Las guardo todas y observo la muñeca grande y preciosa. Vuelvo al principio. Así somos. Matrioskas. Llenos de secretos esperando ser confesados. Llenos de historias, con nombre propio, que merecen ser contadas. Llenos de dudas que algún día alguien disipará. Tendrá que atreverse y tú dejarte llevar. Solo así se llega a la última Matrioska. Solo así se puede volver a empezar.

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